La tragedia del amor fatuo
El amor es esclavitud, el brutal estado de naturaleza, guerra de sexos y privilegios sin sacrificios.
Hace poco hubo un revuelo en base a una discusión sobre las parejas cuando uno se va de Erasmus, sobre lo que puse lo siguiente:
Este fenómeno es algo bien conocido por todos y que ha dotado al programa de varios apodos que el lector se podrá imaginar, algunos han querido negarlo y otros han querido reafirmarlo. He recibido todo tipo de respuestas que creo que se pueden generalizar en dos: (1) que tal cosa no es así porque hay gente que lo aprovecha para estudiar, conocer otras culturas, aprender idiomas, independizarse, etcétera, y que estar preocupado implica una falta de confianza en la pareja, y (2) que efectivamente esto es así pero no tiene nada de malo y que si te opones a esta Sodoma y Gomorra europea eres un viejo, amargado, etcétera. Me conmueve y respeto la sinceridad del segundo, a mi ver es preferible admitirlo de cara en vez de andarse con rodeos y adornándolo con una verborrea sobre “vivir experiencias” para querer decir lo mismo, pero sin que se note mucho.
En cuanto al primero, quiero decir que no dudo que haya quienes verdaderamente aprovechen la oportunidad para hacer todo eso, pero no podemos analizar fenómenos sociales en base a las excepciones que, contrario a lo que pretenden, lo que suelen hacer es confirmar la regla. Por otra parte, desconfío profundamente de aquellos que viven tan apegados al leitmotiv de nuestra era, “vivir experiencias” como un valor de por sí mismo, como si cualquier experiencia valiera algo sólo por serlo, desde luego una pendiente resbaladiza por la que es fácil caer en la decrepitud. No puedo dejar de pensar que detrás de este hendiatris del “vive, ama y ríe” se esconde un vacío existencial que intenta ser llenado por lo material, quizá esa sea la razón por la que muchos de quienes adoptan esta filosofía de la vida acaban perdidos en la India “buscándose a sí mismos”. Qué experiencias, por qué, y para qué, son preguntas que deberían ser parte de nuestro interrogatorio.
Sin embargo, dado que estamos hablando de una situación de pareja, la parte que me parece más interesante es la denuncia de “egoísmo” y “falta de confianza en la pareja” porque es en base a un concepto tan repugnante como lo es la idea de que el amor es una “relación entre iguales” y que “el amor es libertad”. Todo palabras y conceptos muy bonitos por fuera, pero podridos y viciados por dentro.
El amor es esclavitud
Se suele decir hoy en día que todo es libertad, una palabra prostituida y que se usa para justificar la descomposición de la sociedad. Una de las temáticas principales del libro Why Liberalism Failed de Patrick Deneen trata en profundidad el contraste entre el concepto moderno liberal de libertad, la moral basada en el consentimiento, el “principio de daño a otros” de John Stuart Mill que viene a ser el “haz lo que quieras mientras no haga daño a nadie” que tanto gusta a los hippies, con la antigua concepción basada en el sacrificio:
La libertad, según este entendimiento, no consistía en hacer lo que uno desea, sino en elegir el virtuoso camino correcto. Ser libre, sobre todo, significaba estar libre de la esclavitud de los propios deseos más bajos, que nunca podrían ser satisfechos y cuya búsqueda sólo podría fomentar incesante sed y descontento. La libertad era, pues, la condición conseguida por el autocontrol, sobre los propios apetitos y sobre el anhelo de dominio político.1
Cuando los adalides del libertinaje hablan de libertad hacen referencia siempre a la libertad del cuerpo y su autonomía, quieren esclavizar las almas y corromperlas haciendo a los caprichos carnales sus amos. Con este sentido pretenden decir que el amor es libertad, la pareja sentimental se convierte en un adorno, una pieza que puede ser intercambiada por otra en cuanto nos presenta el más mínimo inconveniente y nos impide ejercer esta autonomía, se convierte en una simple “experiencia” más que ha sido superada. Yo no puedo estar más en desacuerdo, a mi ver sería más correcto decir que el verdadero amor es esclavitud, en el buen sentido.
El amor es un sentimiento metafísico, es la expresión trascendental más pura del alma, es la entrega más completa a otro ser, y esto es todo lo contrario de la sexualidad autodeterminada, autosuficiente, cuyo único objetivo es la autorrealización. Es la unión de dos seres que forman una unidad única e indivisible, porque dentro de esta unión perfecta del hombre y la mujer uno no puede existir sin el otro. Sumisión y dominación son palabras que producen aversión en una sociedad atomizada cuyo gran elefante blanco es la autonomía individual, pero estas palabras son los principios fundamentales de toda organización jerárquica. Las relaciones entre hombres y mujeres no se pueden apoyar bajo la transparente capa de la igualdad, porque desde el momento que hombres y mujeres no son por naturaleza iguales uno debe estar por encima del otro.
La existencia es compartida, no individual, y nuestras relaciones con los demás deben dejar de lado nuestros caprichos instantáneos para supeditarlos a un bien mucho mayor que nosotros mismos. La infidelidad no es mala sólo porque sea una traición a esa persona que ha depositado en nosotros su confianza, sino que es peor aún una traición a nosotros mismos al haber fracasado en nuestro deber y haber sucumbido a la lujuria de la forma más patética. Yo digo que el amor es esclavitud, porque todo verdadero amor debe estar dispuesto al sacrificio el uno por el otro, asumiendo cada una de las partes sus papeles de sumisión y dominación.
Para la mujer, amar a un hombre implica volverse vulnerable ante él y compartir sus preocupaciones, indecisiones, lamentos, anhelos y sufrimientos. Durante toda su vida está en búsqueda de un hombre digno al que someterse, en quien pueda realmente confiar para no abusar de su autoridad sobre ella. Para el hombre, amar a una mujer implica entregarse plenamente a ella, dominarla, protegerla, darle su cariño, su misericordia y su consejo. Amor y sacrificio, dominación y piedad, sumisión y fe, estos términos se superponen los unos sobre los otros, aquellos que lo entiendan y lo cultiven se darán cuenta de que todas estas ideas juntas producen paz y armonía.
Quisiera yo hacer dos simples preguntas a quienes basan su idea del amor en la falsa igualdad del hombre y la mujer, y que ponen en duda la confianza que existe en una pareja en la que uno de los dos no desea que el otro se aleje. Mi primera pregunta, ¿estarían dispuestos a apoyar la abolición del divorcio libre, y restaurar el matrimonio como debe ser, en su modalidad indisoluble? No dudo que la mayoría de ellos responderían que no, en el fondo les repugna la idea de estar atados a una persona de por vida, ¿es porque temen que pueda hacerles daño? ¿es porque temen aburrirse de la relación y no poder deshacerse de ellos? Mi segunda pregunta, ¿estarían dispuestos a perseguir el adulterio penalmente? ¡Aquí podemos ver lo que hay de verdad detrás de esta falsa confianza de la que presumen, no ya con su pareja, sino con ellos mismos! Esta es la gran tragedia de un amor fatuo, un amor que a distancia parece serlo, y que desaparece en cuanto uno se acerca tras haber alejado a un viajero del camino.
El brutal estado de naturaleza
El objetivo principal de la revolución sexual y la masificación de los anticonceptivos era separar lo que debió siempre estar unido, sexualidad y reproducción, y unir lo que debió siempre estar separado, amor y lujuria. Esto ha provocado una especie de vuelta al estado de naturaleza primitivo, las diferencias entre los sexos lejos de aminorarse se incrementan a velocidad de vértigo y lejos de producir felicidad sólo consigue crear resentimiento. Una vez eliminados los roles de género, resurgen en la sociedad los comportamientos sexuales animales en estado puro.
No es algo baladí que cuando los hombres quieren humillar a una mujer la llamen puta, mientras que cuando las mujeres quieren humillar a un hombre lo llamen virgen. Los hombres consideran como un rasgo negativo el largo historial de compañeros sexuales de una mujer, según la psicología evolutiva esto es así porque el varón debe estar seguro de que los niños son suyos para saber si debe proveer de recursos a su mujer e hijo, o si por el contrario (de no ser hijo suyo) está cuidando de los hijos de otro hombre, algo que no avanza su interés biológico (la reproducción) pero sí el de otro, convirtiéndolo en un cuclillo. Por parte de las mujeres, consideran negativo la nula experiencia de un hombre porque indica que muchas mujeres no le han considerado un potencial compañero sexual por cualquier razón, ya sea defectos físicos, mentales, o porque es visto como incapaz de proveer los recursos necesarios para sustentarlas. Para maximizar sus posibilidades de reproducción, el hombre intenta tener la mayor cantidad de parejas posibles, mientras que la mujer es más selectiva.
Por estas actitudes de los sexos que ha arreglado la naturaleza, ellas eligen (y no precisamente a los mejores) mientras que ellos se conforman con lo que pueden. En este brutal estado natural es imposible que pueda existir una civilización, o de haberse impuesto sobre una civilización ya existente, que esta no entre inevitablemente en decadencia. Los hombres se ven como enemigos y rivales, y compiten entre ellos por el deseo de las mujeres. No es diferente para las mujeres, se sabotean entre ellas deliberadamente, se difaman, vulneran su honor, todo por ganar ventaja para acceder a los hombres que consideran mejores. Por esta razón se instauró la institución del matrimonio, la limitación de las mujeres que un solo hombre puede acaparar, y se estableció la dominación del hombre para controlar los apetitos sexuales.
Algunos estudios indican que hay relación entre la violencia y la proporción desigual de los sexos en la población2, posiblemente debido a esta competición al haber insuficientes mujeres para todos los hombres. En la civilización islámica está instaurada la poligamia, donde los hombres pueden tener hasta cuatro mujeres siempre y cuando puedan mantenerlas. En perspectiva, el islam da mayor libertad sexual a los hombres (prueba de ello es el procedimiento unidireccional del divorcio en el islam, que puede disolverse libremente a voluntad del hombre), pero a cambio de otorgarles una mayor autoridad sobre sus mujeres. En mi opinión, el sistema del matrimonio monógamo e indisoluble (que actualmente no existe en occidente) es superior porque prevé un reparto más justo de las responsabilidades de un hombre a una mujer y viceversa.
Hoy se han disuelto los vínculos matrimoniales, y esto se ha conseguido señalando a los casos más flagrantes de abuso de autoridad (que ya era de los pocos casos válidos para la disolución del matrimonio junto a la infidelidad), aunque su abolición haya llevado a la aparición de males peores y mucho más extendidos que los pocos males con los que se pretendía acabar. George Fitzhugh ya en 1857 pudo prever este fenómeno:
Los reformadores de hoy son abstemios todos e intentan desterrar el mal por completo, no disminuirlo ni restringirlo. Sería más sabio suponer que no hay nada, en su esencia, malo, en el mundo moral o físico, salvo por las aplicaciones erróneas que el hombre hace con ello. La ciencia todos los días está descubriendo que los venenos más fatales cuando se emplean adecuadamente se convierten en los medicamentos más eficaces. Entonces, lo que parecen ser las malas pasiones y las propensiones de los hombres, y de las sociedades, bajo la regulación adecuada, se pueden emplear para servir los mejores propósitos.3
Los yanquis e ingleses matan a sus esposas anualmente, pero a los ingleses no se les ha ocurrido en absoluto, y tampoco a los yanquis hasta hace muy poco, abolir la relación matrimonial.4
Pero el amor libre en vez de acabar con los abusos dentro del seno conyugal lo único que ha hecho es extenderlos y agraviarlos. Porque mientras el hombre y la mujer se sigan relacionando florecerán en ellos los mismos sentimientos, y sin la regulación social ya no tendrán referencia alguna de cómo han de comportarse el uno con el otro. Todo tiene como consecuencia final la siguiente máxima: la mujer ya no sabe cómo servir, y el hombre ya no sabe cómo dominar.
Guerra de sexos
La consecuencia de este regreso al estado de competición sexual más animal es la hipocresía generalizada, la disolución de todas las convenciones sociales que servían para regular en buena fe estos comportamientos que enfrentan a los hombres unos contra otros, a las mujeres entre ellas y desatan una brutal guerra de sexos entre los hombres y las mujeres que amarga y hunde a ambos por igual, es la instauración de la anarquía, bellum omnium contra omnes.
Si todos los hombres hubieran sido creados iguales, todos habrían sido competidores, rivales y enemigos. La subordinación, la diferencia de casta, clase, sexo, edad y esclavitud engendran paz y buena voluntad.5
Como hemos dicho la naturaleza de hombres y mujeres es diferente, y es normal que se vean afectadas de forma distinta por la promiscuidad. Convierten lo que debería ser algo intimo entre dos almas gemelas en algo tan trivial como el comer, creyendo que puede llegar a cumplir una misma función, así intentan llenar un vacío existencial insaciable que, como la gula, cuanto más engullen más profundizan. Las que no pueden ver su error a tiempo están destinadas a la amargura, con whiskas, satisfyer y lexatin.
De vez en cuando vemos a una mujer hablar de lo que ha significado la promiscuidad para ella y cómo le ha hecho daño, tendemos a escuchar a estas mujeres de forma triunfalista porque nos demuestra que tenemos razón. Pero muchas de ellas no se dan cuenta de esta implicación y de los grandes beneficios del celibato y el patriarcado, no protestan per se contra la promiscuidad, sino que creen “merecer” un mejor trato por parte de la sociedad por su sufrimiento. En su agonía echan la culpa a los hombres por haber permitido esta infame situación, su solución no es aceptar que el sexo es algo especial e íntimo, sino algo que tiene un valor, como una mercancía, y por lo que deberían recibir más a cambio. Nuestras mujeres, no importa lo tradicionales que digan ser, nunca van a tomar las medidas pertinentes contra estas mujeres por las que sienten una gran compasión, como es normal, cuando se apodera de ellas su lado más maternal y femenino. No se dan cuenta de que es su compasión lo que ha permitido su sufrimiento en primer lugar, y cargan contra los “incels” y “misóginos” que están siendo “demasiado crueles” con estas chicas que no sabían lo que hacían.
No pueden asimilar que la razón por la que estas chicas no sabían lo que hacían era precisamente porque alrededor de ellas no había una brutal cultura contra la promiscuidad basada en avergonzar y señalar a sus promotores y ejecutoras, toda la sociedad alrededor de ellas les decía que eso estaba bien, que había que cometer errores y “vivir la vida mientras se pueda”, que sus errores no serian tan graves como para no poder dar marcha atrás, por esta razón reaccionan violentamente cuando alguien no está dispuesto a sencillamente “olvidar su pasado” que la ha marcado tanto, y no tardan en recurrir a llamarles “incels” y “vírgenes” en respuesta, ¿es esto arrepentimiento real? No entienden que la crueldad de esos hombres es la única forma de conseguir que chicas que no han cometido aún estos errores los eviten.
Privilegios sin sacrificios
Este es el problema de esta nueva versión que se postula como “verdadero feminismo” de algunos tradicionalistas, es una nostalgia por el aspecto patriarcal que protegía a las mujeres no sólo de los males del mundo sino de ellas mismas, pero ven con desdén la pieza principal de este sistema que es la dominación del hombre. Es decir, quieren todos los beneficios de vivir en un patriarcado, protección, sin estar dispuestas a renunciar a los privilegios concedidos por su abolición, la libertad sexual, autonomía, la disolución de los vínculos matrimoniales a voluntad, no ser juzgadas por sus malas acciones, etcétera.
Podemos verlo desde la perspectiva de la responsabilidad de un señor con su siervo. Cuando delante de su señor y unos terceros el siervo hace algo mal y su comportamiento puede haberle dejado en mal lugar, el señor debe tomar responsabilidad de las acciones de su siervo y disculparse por su conducta ante ellos, para posteriormente en privado disciplinar adecuadamente a su siervo, no sólo porque es de mala educación tener que disciplinar a un siervo en público sino también por la propia dignidad del siervo, es mejor no verse humillado por el reproche de su señor en público. Así pues, preguntamos ¿cómo va a tomar el hombre responsabilidad por la mujer si quieren ser libres y no estar bajo su autoridad?
Una vez que el orden social se desintegra y los individuos se vuelven más individualizados y, en consecuencia, más egoístas, el divorcio libre que termina por destruir la institución del matrimonio es inevitablemente una consecuencia. La cantidad de divorcios se ha disparado desde entonces, hasta el punto de que 8 de cada 10 matrimonios están destinados a acabar disolviéndose. Es cada vez más raro que las partes interesadas encuentren en su relación el amor, el sentido de la responsabilidad y el autosacrificio necesarios para que el matrimonio dure toda la vida. Se puede y se debe decir que de hecho el matrimonio ya no existe de facto, lo único que queda de él es una parodia de este, una simulación que nada tiene que ver con lo que es en realidad, un ritual social que ha perdido todo su significado y que está diseñado para disolverse con tan poca trascendencia como lo podría ser un bautizo laico.
Para despedir esta entrada quiero compartir con los lectores dos textos, uno de Sorel y otro de Proudhon, tan bellos y con una perspicacia de tanto valor que exponen mucho mejor mis sentimientos con una fuerza que yo no podría expresar con mis propias palabras. En primer lugar, Sorel sobre la engañosa concepción socialista de la familia y el futuro del divorcio (1908):
Los orígenes del matrimonio monógamo son muy inciertos. Engels se equivocó al pensar que esta institución es característica de la civilización. La idea de la monogamia siguió siendo ajena a pueblos que han tenido un lugar importante en la historia. Tal fue el caso de los semitas. “Sólo bajo la influencia de los códigos modernos derivados del derecho romano” escribe Renan, “la poligamia desapareció en el pueblo judío”. Hasta el momento en que los judíos de Argelia se asimilaron a los franceses, no estaban obligados a practicar la monogamia. Ihering pensó que al principio el matrimonio romano no sólo era monógamo, sino incluso indisoluble. No encontrando en las teorías que suelen servir para explicar costumbres matrimoniales que pudieran justificar costumbres tan similares a las de los cristianos, creó la famosa hipótesis de les Indo-européens avant l’histoire. Los primeros matrimonios romanos se relacionaron con las condiciones en las que se realizó la migración de los guerreros arios.
Los mejores escritores socialistas de la actualidad se sienten más bien perdidos cuando se les induce a hablar del futuro de la unión sexual. En esta materia, no se atreven a aplicar la ley de la regresión aparente, cuya aplicación al desarrollo económico les parece tan segura. Engels no piensa en anunciarnos la reaparición de ninguna de las formas antiguas que encontró en los libros de Lewis Henry Morgan. Me parece que sus pronósticos han sido cuidadosamente presentados con la intención de satisfacer las sensibilidades de las lectoras alemanas: “La monogamia, en lugar de estar en peligro, se convertirá en una realidad, incluso para los hombres”. La dominación del hombre y la indisolubilidad del matrimonio desaparecerán: “Deberá ahorrarse a la gente el tener que pasar por el barrizal inútil de un pleito de divorcio” cuando el amor haya dejado de unirlos. Así, el socialismo acabaría instaurando un sistema matrimonial muy análogo al que existía en la Roma de la época decadente.
La regla de la indisolubilidad del matrimonio ciertamente está destinada a desaparecer de las leyes de todos los países. Pero es posible que el divorcio exista de dos formas muy diferentes: o el tribunal lo pronuncia por hechos delictivos o casi delictivos que destruyen la dignidad de los cónyuges y hacen imposible el mantenimiento de la familia, o el divorcio expresa sólo la voluntad de romper una unión que se ha vuelto tediosa. Es esta segunda forma hacia la que se encamina el divorcio en los países más civilizados, como consecuencia de la facilidad cada vez mayor que dan los tribunales a las personas casadas que desean separarse. Se puede esperar que en muy pocos años las ideas sobre el matrimonio se basen en la hipótesis de que este tipo de divorcio será la regla.
En adelante, toda unión se considerará disuelta normalmente el día en que se extingan los deseos eróticos. Se sospechará que las uniones duraderas se mantienen sólo por razones financieras y a pesar de una desavenencia secreta. Ya no se convencerá a la gente de que el destino del hombre es ennoblecer la unión sexual sacrificando los instintos por un deber. Es imposible que el respeto a la ley no sufra una prodigiosa disminución cuando la hipótesis romana de la dignidad de la familia haya desaparecido, pero no hay ninguna advertencia capaz de detener la deriva actual.6
Proudhon sobre los roles de género dentro de la familia (1846):
Ahora bien: ¿qué es la casa con relación a la sociedad sino el rudimento y la fortaleza de la propiedad? La casa es la primera cosa con que sueña la joven, y los que hablan de atracción y quieren suprimir el gobierno de la casa, deberían explicar esta depravación del instinto del sexo. Por mi parte, puedo decir que cuanto más pienso en ello, menos me explico el destino de la mujer fuera de la familia y del hogar. Cortesana o ama de llaves (ama de llaves digo, y no criada); yo no veo término medio; pero... ¿qué tiene de humillante esta alternativa? ¿En qué la misión de la mujer, encargada de la dirección de la casa, de todo lo que se refiere al consumo y al ahorro, es inferior a la del hombre, cuya función propia es la dirección del taller, es decir, el gobierno de la producción y del cambio?
El hombre y la mujer se necesitan mutuamente como los dos principios constitutivos del trabajo: el matrimonio, en su dualidad indisoluble, es la encarnación del dualismo económico que se expresa con los términos generales, consumo y producción. Para este objeto se arreglaron las aptitudes de los sexos; el trabajo para el uno, el gasto para el otro; y... ¡desgraciada unión aquella en que una de las partes falta a su deber! ¡La felicidad que se habían prometido los esposos, se cambiará en dolor y en amargura, y sólo podrán acusarse a sí mismos!...
Si sólo existiesen mujeres en el mundo, vivirían reunidas como una compañía de tórtolas; si no hubiese más que hombres, no tendrían motivo alguno para elevarse sobre el monopolio y renunciar al agiotaje; se los vería a todos, amos o criados, rodeando la mesa de juego o encorvados bajo el yugo del trabajo. Pero el hombre es varón y hembra, y de aquí la necesidad de la casa y de la propiedad. Que los dos sexos se unan, y al instante, de esta unión mística, la más asombrosa de todas las instituciones humanas, nace la propiedad y la división del patrimonio común en soberanías individuales.
El hogar: he ahí, en el orden económico, el más deseado de todos los bienes para la mujer; la propiedad, el taller, el trabajo por su cuenta: he ahí lo que el hombre ambiciona más, después de la mujer. Amor y matrimonio, trabajo y hogar, propiedad y domesticidad: todos estos términos son equivalentes, todas estas ideas se suponen las unas a las otras, y crean, para los futuros autores de la familia, una vasta perspectiva de felicidad a la vez que revelan al filósofo todo un sistema.
Sobre todos estos puntos, el género humano piensa de la misma manera: sólo el socialismo, en la vaguedad de sus ideas, protesta contra esta unanimidad del género humano. El socialismo quiere abolir el hogar porque cuesta mucho, la familia porque perjudica a la patria, y la propiedad porque se opone al Estado. El socialismo quiere cambiar la misión de la mujer: de reina que la hizo la sociedad, quiere convertirla en sacerdotisa de Cotytto. No es mi objeto entrar en una discusión directa de las ideas socialistas sobre este punto, porque respecto al matrimonio, como a la asociación, el socialismo no tiene ideas, y toda su crítica se resuelve en una confesión muy explícita de ignorancia; género de argumentación sin autoridad y sin alcance.7
Referencias
Patrick Deneen, Why Liberalism Failed, p. 100.
Diamond-Smith, N., & Rudolph, K. (2018). The association between uneven sex ratios and violence: Evidence from 6 Asian countries.
George Fitzhugh, Cannibals All! Or, Slaves Without Masters, p. 27.
George Fitzhugh, Cannibals All! Or, Slaves Without Masters, p. 159.
George Fitzhugh, Sociology for the South, p. 183.
Georges Sorel, The Illusions of Progress, p. 165 - 167.
Pierre-Joseph Proudhon, Filosofía de la Miseria, p. 323 - 324.
En algunas sociedades aún se mantienen matrimonios concertados. Siguen la máxima del "cásate primero y enamórate después". Lo raro es que muchas de estas parejas indias acaban en EE.UU. Podrían divorciarse pero dudo que el ratio de divorcio sea alto y la mayoría son familias más funcionales que las propias americanas.
Parece que nosotros hemos salido de una hambruna de libertades que nos ha llevado a instalarnos en un buffet 24/7 para saciarnos y estamos empachados. Sabemos que algo no va bien, empiezan a atrofiarse las arterias, nos dan mareos... Pero no podemos dejar el buffet porque al primero que amenaza con dejarlo, los demás lo acusan de que quiere volver a la hambruna. No hay término medio. O quieres la libertad absoluta sin cortapisas o eres un apologista del antiguo régimen.
Luego llevamos todas nuestras disfunciones sociales al terreno político. Tranaformamos cada carencia en un elemento de política social que se puede tratar con presupuesto y funcionarios.
Si falla, concluimos que es que no estamos metiendo suficiente dinero. O lo vinculamos a algún tema aleatorio. El cambio climático, feminismo. Disparidad de salarios. Cualquier cosa. Cualquier cosa antes de preguntarnos colectivamente qué nos está pasando y si es ya irreversible.