Hace muchos años cuando yo todavía mantenía algunas fundamentales posiciones liberales creía en una de las ideas más erróneas, pero en la que se cree con tanto ahínco, dentro de lo que sociológicamente se conoce como la “derecha”. No es otra que la creencia de que lo opuesto al igualitarismo es la meritocracia, ese sistema donde supuestamente todas las diferencias entre individuos es producto de eso tan extraño que llamamos “mérito” y que no sabemos definir muy bien. Muchos hemos sido –y más todavía siguen siendo— engañados por el espejismo de la meritocracia. Cómo se produce el engaño no es difícil de explicar, y es en parte culpa de lo que se suele conocer como discriminación positiva.
Hemos crecido en un mundo en el que se nos enseña desde niños las bondades del igual trato a todo el mundo sean quienes sean, una ficción que se derrumba pronto ante los primeros avistamientos de la discriminación positiva, o affirmative action como lo llaman nuestros amigos americanos. Por dar unos ejemplos innegables para todo el mundo, las mujeres lo tienen más fácil que los hombres en pruebas físicas para acceder al ejército, a la policía, etcétera, así como las cuotas de género o diversidad para acceder a un empleo o a una institución. La mente del hombre moderno no puede asimilar esto, ¿cómo puede ser posible este trato hacia él, cuando toda su vida le han educado en la igualdad de trato y cuando él se ha esforzado tanto? “¡Hipocresía!” es la primera palabra que se le viene a la mente, si solo la sociedad se limitara a simplemente medir a la gente por sus méritos, yo tendría lo que de verdad merezco.
¡Craso error! Precisamente el origen de esta discriminación positiva es la idea de meritocracia, y os ilustraré cómo, en sus últimas consecuencias, la meritocracia justificaría una brutal redistribución de la riqueza, la abolición de la herencia y si quisiéramos llevarlo al absurdo, criar a los niños en granjas humanas. Íntimamente ligada al concepto de autonomía, que es la columna vertebral de la idiosincrasia liberal, la meritocracia requiere en última instancia la anulación de las diferencias humanas heredadas por el nacimiento.
En primer lugar, para poder justamente medir el “mérito” es necesario que todos partan de una misma base social y económica, no sería muy meritocrático comparar a alguien de la clase alta, que ha podido disfrutar de todos los recursos necesarios y de la mejor educación posible, con alguien de la clase baja que se ha visto privado de esos recursos. Como dice mi amigo Apex, la igualdad de oportunidades necesariamente implica la igualdad de resultados:
¿Qué significa “igualdad de oportunidades”? Bueno, obviamente dos personas tienen las mismas oportunidades si a ambas se les proporciona igual calidad de educación, crianza, compañeros, infancia, etc. Cualquier igualdad significativa de oportunidades exige, bueno, igualdad.
Lo que hace a la idea de igualdad de oportunidades más aceptable para la gente es que la igualdad de oportunidades eliminará cualquier ventaja no ganada que tengan los individuos y que cualquier diferencia al final se deberá a diferencias en talento y trabajo duro. Eso está muy bien, pero ¿qué pasa con la próxima generación? ¿Qué sucede si establecemos el nivel del campo de juego en la generación 1, y luego todas esas personas comienzan a tener hijos y tenemos la generación 2? Bueno, ciertamente, algunos niños en la generación 2 nacerán en familias y áreas menos acomodadas que otros niños. Si deseamos que la igualdad de oportunidades persista durante más de una generación, es necesario igualar el campo de juego constantemente.1
Cuando los griegos hablaban de la aristocracia como “el gobierno de los mejores”, excluían las posiciones hereditarias, que identificaban con la forma degenerada de la aristocracia, la oligarquía. Sin embargo, en la práctica vemos que, aunque de jure las posiciones hereditarias estuvieran prohibidas, de facto seguiría siendo ampliamente hereditario. Aquí es donde entra en escena la abolición de la herencia. En un artículo de El País de 2006 podemos encontrar lo siguiente en referencia al debate sobre el impuesto de sucesiones (énfasis mío):
Hace unos años, cuando George W. Bush, siguiendo la secuencia ideológica en materia económica de los neocons, quiso eliminar el impuesto de sucesiones en EE UU, 120 multimillonarios (al frente de los cuales estaban Warren Buffett, Bill y Melinda Gates, los Rockefeller, George Soros, etcétera) hicieron público un manifiesto en el que decían: “Eliminar el impuesto de sucesiones sería negativo para nuestra democracia, nuestra economía y nuestra sociedad… Conduce a una aristocracia de la riqueza que transmitirá a sus descendientes el control sobre los recursos de la nación. Todo ello basándose en la herencia y no en el mérito”.
La herencia es un vehículo de transmisión de la propiedad que consolida las desigualdades y limita el concurso del mérito. Es evidente que los hijos de los más ricos disponen al heredar de una situación de partida alejada de aquellos que carecen de patrimonio. La supresión del impuesto adelgaza la igualdad de oportunidades. La hipótesis de que todos disponemos de las mismas oportunidades basándonos en nuestro esfuerzo es, sencillamente, risible. Uno de los primeros factores de corrección de la economía de mercado fue el impuesto de sucesiones. Por eso, Warren Buffett declaró una vez que sus hijos no heredarán una gran fortuna porque ya habrán tenido más oportunidades que la mayoría: “Mis hijos heredarán millones, no miles de millones”.2
Es decir, como hemos señalado la herencia es el principal factor que impide la igualdad de oportunidades real, y por tanto impide la correcta medición de lo que es el “mérito” en el sistema meritocrático. Todas las medidas en pos de la igualdad van destinadas a paliar la flagrante desigualdad que tiene como origen el nacimiento, que, en concordancia a la idea de la autonomía, no ha sido elegido y por lo tanto es injusto. Esto ya es suficiente para demostrar que la meritocracia es un concepto liberal –es decir, izquierdista—, y que todos los derechistas que creen que es lo antagónico a la igualdad, han caído otra vez en la trampa de levantar tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias. En su brillante defensa de la herencia, el padre del anarquismo francés, Pierre-Joseph Proudhon, afirma lo siguiente:
Yo veo perfectamente lo que os impresiona: en vuestro concepto, la herencia sólo sirve para mantener la desigualdad; pero ésta no procede de la herencia, sino que resulta de los conflictos económicos. La herencia toma las cosas como las encuentra: cread la igualdad, y la herencia la sostendrá siempre.3
Sin embargo, lo siento por Proudhon, todavía queda por ver cómo se puede crear una igualdad sin la eliminación de la herencia. Sobra decir que yo ya no creo en la meritocracia porque creo en la familia, y sin herencia no hay familia.
Referencias
Pierre-Joseph Proudhon, Filosofía de la Miseria, p. 325.