El error Boulanger y Trump
“Cinco minutos después de medianoche, caballeros. Han pasado cinco minutos desde que el boulangismo ha empezado su declive”
Esas eran las palabras de un seguidor del General Boulanger, el 27 de enero de 1889, inmediatamente después de que el general se negara a encabezar un golpe de Estado.
Georges Boulanger era un político y general francés del siglo XIX durante la Tercera República, hoy completamente desconocido, pero en su tiempo extremadamente popular por una parte entre el proletariado parisino y de otras ciudades, y por otra parte entre los campesinos tradicionalistas católicos y realistas. Le llamaban General Revancha pues promovía un nacionalismo revanchista contra Alemania por la guerra Franco-Prusiana. Tal era su popularidad, que tenía el apoyo suficiente –temían sus oponentes– como para poder declararse a sí mismo dictador. Entre sus seguidores había tanto personalidades de la extrema izquierda como de la extrema derecha, incluyendo a antiguos comuneros parisinos. Pese a su carisma, carecía de frialdad, consistencia y firmeza, era un líder mediocre que carecía de la visión y el valor necesarios para unir a los elementos dispares que conformaban su movimiento.
Antes de su ascenso, los oportunistas republicanos estaban bajo ataque tanto de la izquierda como de la derecha. La expansión de vías de tren y la construcción de escuelas necesitaba impuestos más altos, justo cuando Francia había entrado en un periodo de crisis económica en 1882. Jules Ferry, entonces primer ministro, se había ganado la enemistad del proletariado parisino al negarse a tomar medidas que no fueran simbólicas para luchar contra el creciente desempleo. Culpaba a los “salarios excesivamente altos” de la recesión, que, decía, dejaba a los dueños de las fabricas sin fondos para invertir en maquinaria más nueva y productiva. Pese a las demandas de los obreros, se negaba a subir los aranceles o restringir la inmigración de trabajadores extranjeros. En la campaña electoral de 1885, la política económica de los oportunistas era blanco fácil para los dos lados del espectro político.
Boulanger se volvió popular siendo ministro de la guerra, el gobierno se quedó atónito cuando de la nada, sin ser candidato, Boulanger obtuvo 100.000 votos en unas elecciones en el departamento francés de Sena. Era una figura que movía masas y nada podía aplacar a sus seguidores, incluso cuando perdió en un duelo contra Charles Floquet, entonces anciano y ministro del interior, su popularidad no disminuyó ni un ápice. Siendo los boulangistas una minoría en la cámara, sus acciones estaban dirigidas a mantener su imagen pública.
Su declive empezó en enero de 1889, cuando consiguió ser elegido diputado por Paris, convirtiéndose en una amenaza para la República. Sus seguidores deseaban y habían trabajado para efectuar un golpe de Estado, es muy probable que hubiera funcionado –alzándose como dictador— de no haber sido por la cobardía de Boulanger. El peligro no duró mucho, el general demostró tener poca inteligencia y ser inefectivo, Jules Ferry tenía razón al apodarle “Saint-Arnaud de café-concert”. Decidió que era mejor disputar las elecciones generales y tomar el poder legalmente, pero eso dio a sus enemigos el tiempo necesario para contraatacar.
El gobierno francés entonces respondió atacando a la Ligue des Patriotes –una de las organizaciones que le apoyaban—, usando una ley que prohibía las actividades de las sociedades secretas. Pronto, el gobierno emitió una orden de arresto, acusando a Boulanger de conspiración y de traidor. Para sorpresa de sus seguidores, el 1 de abril escapó de Paris antes de ser arrestado, yendo primero a Bruselas y después a Londres. El 4 de abril, el parlamento retiró su inmunidad, el senado francés le condenó a él y a sus seguidores, Rochefort y Dillon, por traición, sentenciando a los tres al destierro y el confinamiento.
Después de esto, su popularidad empezó a decrecer. Las elecciones de septiembre de 1889 marcaron una derrota decisiva para los boulangistas. Los cambios a la ley electoral evitaron que se presentaran candidatos en múltiples distritos electorales, la agresiva oposición del gobierno, junto al exilio de Boulanger, contribuyeron a la rápida disolución del movimiento. Esto condujo a la marginalización de los conservadores y los realistas en la política francesa, llevando a un periodo de dominio político por parte de los oportunistas, que fueron obligados a reorganizarse y reforzar su solidaridad en oposición a Boulanger. La derecha francesa no recuperó totalmente su fuerza hasta el régimen de Vichy, en 1940.
La historia de Boulanger termina de forma aún más trágica, suicidándose en Bruselas delante de la tumba de su amante, quien había muerto en sus brazos meses antes. Al “A bientôt” que pidió se añadiera a la lápida de su querida, después del suicidio de Boulanger, tras ser enterrado junto a ella, se añadió al epitafio “Ai-je bien pu vivre deux mois et demi sans toi!”. Al enterarse de su suicidio, Georges Clemenceau expresó: “Ha muerto como vivió: teniente segundo.”
Vuelta al presente
No es muy difícil ver los paralelismos que hay en el ascenso y el declive del boulangismo y el trumpismo. Probablemente más legitima que las típicas comparaciones con la Alemania de Weimar o los sucesos que llevaron a la guerra civil española. Salvando las distancias claro, es dudoso que Francia en la época de Boulanger tuviera una degeneración moral, una perdida de identidad y una polarización equiparable a los Estados Unidos modernos, tampoco Trump ha tenido un apoyo equivalente al de la extrema izquierda como el que tuvo Boulanger, y probablemente Boulanger era más apuesto que Trump en sus respectivos cénit de popularidad. Pero el parecido es demasiado obvio como para ignorarlo, si ahora estamos en el final de la caída de Donald “Boulanger” Trump, es necesario analizar las consecuencias de la caída del propio Boulanger y tener cuidado, pues pueden ser similares a los efectos de la caída de Trump.
Ciertamente, desconozco si el boulangismo tuvo algún efecto en los movimientos políticos de otros países, es posible y no lo descarto. Unas décadas antes, las revoluciones empezadas en Francia se extendieron como la pólvora en el resto de Europa, dando lugar a la denominada “primavera de los pueblos”, y dando pie al refrán popular que dice “cuando Paris estornuda, Europa se resfría”. Hoy Francia no es la potencia cultural hegemónica de occidente, ese puesto lo ocupa Estados Unidos, y debido a la globalización y la popularización de internet como forma de comunicación rápida y eficaz, tiene hoy una influencia en el resto del mundo mil veces superior de la que jamás pudieron soñar los franceses, hoy es más adecuado decir que “cuando Washington estornuda, el mundo se resfría”.
Advertí antes de las elecciones de noviembre que había que estar muy atentos a los acontecimientos en Estados Unidos, pues el resultado nos afectaba a todos los nacionalistas del mundo, frente a los discursos simplistas de “qué le importa a alguien de Albacete lo que ocurra a miles de kilómetros en otro país, mejor que gane Biden, así, sin los aranceles de Trump, podemos vender diez naranjas más”. Esta narrativa es extremadamente inocente y cortoplacista, ¡ojalá lo que ocurriera en estas partes del mundo no nos afectara a nosotros! ¡ojalá tuviéramos nosotros la soberanía suficiente para decidir nuestro propio destino! Pero por desgracia, las cosas no son lo que deben ser, sino que simplemente son, y no podemos sustituir e ignorar la realidad por lo que nos gustaría que fuera.
El triunfo de la nueva derecha que empezó a tomar lugar en Europa hace escasos años, aunque inevitable, se vio reforzado en gran parte gracias al triunfo de Trump. Su caída puede suponer un revés, provocando el efecto contrario y hacer que estos movimientos empiecen su descomposición –tardando años en completarse– y su declive, hasta su completa desaparición, o bien su sustitución por algo mucho mejor. Nuestra victoria es ineludible a largo plazo a los ojos de la historia, pero esta derrota momentánea supone un duro golpe que, sin devolvernos completamente a la casilla de salida, hace que nuestros objetivos puedan retrasarse durante décadas.
Trump podía elegir ser un Napoleón, pocas personas en la historia tienen el poder suficiente como para tener la capacidad de doblegar la historia, una tormenta perfecta como la que ha tenido a su alcance, no se va a repetir en mucho, mucho tiempo, se ha conformado con ser un Boulanger, sin pena ni gloria. Si no queremos que los movimientos en Europa acaben igual, es más importante que nunca ejercer presión, por dentro y por fuera, desde arriba y desde abajo, y exigir no tomar ni un paso más atrás.
Abascal el otro día, en la conferencia llamada “El futuro del patriotismo”, empezó ya con el error de denunciar y calificar de deleznable la protesta en el capitolio. Con esto claro, no digo que tenga que apoyar públicamente la idea de un asalto armado al capitolio y tomar el poder por la fuerza, pero era tan sencillo como defender que era una protesta pacifica y que los manifestantes estaban en su derecho de ello ante unos resultados electorales fraudulentos, sin faltar el respeto a los seguidores de Trump que arriesgaron su vida heroicamente, y que no han recibido más que desprecio por incluso el propio Trump. Mientras que los demócratas montaban campañas para conseguir dinero para sus criminales que quemaron ciudades enteras durante todo el verano de 2020, los republicanos están ansiosos de meter a los suyos en la cárcel. Esto es lo que hay que evitar a toda costa.
No han pasado aún cinco minutos después de medianoche, y el trumpismo ya ha empezado su declive.