Esta entrada formaba parte de un texto mucho más extenso, debido a su relevancia actual he decidido cortar el texto completo en varias partes, siendo esta la primera.
Aunque nos duela admitirlo, si los comunistas más ortodoxos tienen razón en algo es que el marxismo ya no existe; el marxismo ha quedado totalmente descompuesto, poseído completamente por un trio fantasmal, por una parte el del blanquismo, por otra el del leninismo y por último el de la socialdemocracia moderna. En ocasiones nos hemos reído de aquellos comunistas que insinúan que Podemos es socialdemócrata, pues nuestro primer instinto al observar este planteamiento es que el comunista en cuestión simplemente considera que Podemos no está suficientemente a la izquierda como él. Este suele ser sin duda el caso, pero en un análisis posterior más frio y tomando la afirmación seriamente, uno se encuentra con la terrible realidad de que este comunista tiene razón aún sin quererlo.
Los enfrentamientos constantes entre distintas ramas del marxismo son prueba de la innegable decadencia del movimiento, todas pretenden presentarse ante el mundo como adalides del marxismo más genuino, aunque todas fracasan en el intento. Se reducen a ser meros exegetas de Marx, pero intentando reconciliar a su fundador con figuras posteriores, sin tener en cuenta el contexto bajo el que vivió Marx y en el que desarrolló sus teorías. Georges Sorel, mi analista-crítico del marxismo de cabecera, hace la siguiente demoledora afirmación sobre los discípulos de Marx:
La teoría de la mediocridad está bien ilustrada por los cambios que ha experimentado el marxismo. Los escritores socialdemócratas que han pretendido explicar, aplicar o ampliar la doctrina de su supuesto maestro fueron hombres de notable vulgaridad. Además, parece que Marx no se hacía ilusiones sobre el talento de quienes pasaban por auténticos representantes del marxismo. Por lo general, atribuían una gran importancia a partes de su trabajo que ya se habían demostrado que no eran válidas. No comprendieron el valor de esas ideas que están destinadas a asegurar la gloria de Marx. A veces tengo la tentación de comparar a los maestros de la socialdemocracia con las arpías que ensuciaban todo lo que tocaban.1
Esta observación que hace Sorel (aunque por desgracia no vivió para presenciarlo), con la socialdemocracia en mente, acabaría siendo cierta también para el leninismo. Suelo hacer la aserción de que el marxismo es una evolución del liberalismo, es importante tener en cuenta este axioma para poder analizar qué es el marxismo en realidad y cuál es su forma más ortodoxa dentro del contexto histórico bajo el que fue ideado. Esta concepción de la relación del marxismo y el liberalismo hoy en día resulta en una general indignación tanto en liberales como en marxistas, que por lo general desconocen su propia historia y tienen por costumbre levantar tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias. Pero esto era ampliamente aceptado como una realidad antes de la guerra fría, en la que el capitalismo liberal americano y el comunismo soviético se repartieron la tierra y se mostraron al mundo como “enemigos naturales”. Sorel basa su análisis en esta aceptación del marxismo como una forma de liberalismo económico manchesteriano.2 El Papa Pío XI expresó en 1931 lo siguiente:
Corresponde a nuestra pastoral solicitud advertir a éstos sobre la inminencia de un mal tan grave; tengan presente todos que el padre de este socialismo educador es el liberalismo, y su heredero, el bolchevismo.3
Aceptado este hecho, uno empieza a entender cómo se desarrolló el marxismo y cómo consideraba Marx que la sociedad iba a llegar al comunismo. Bajo esta concepción, el marxismo se muestra como una doctrina aceleracionista liberal, y nos lleva a la conclusión de que el verdadero marxista es imposibilista, esto es, que cualquier intento de reforma del capitalismo es fútil. Un verdadero comunista debería por tanto luchar con más ímpetu contra el socialismo de Estado que contra el capitalismo, porque uno no puede encajar cómo se llega desde el socialismo estatista al socialismo proletario. El reformismo característico de la socialdemocracia y el vanguardismo característico del blanquismo y su descendiente, el leninismo, sería por lo tanto contrario al verdadero espíritu marxista. Marx y Engels se muestran contundentes en su rechazo a cualquier reformismo, que identifican con la pequeña burguesía:
Los demócratas pequeñoburgueses consideran, además, que es preciso oponerse a la dominación y el rápido crecimiento del capital, en parte limitando el derecho de herencia, en parte poniendo en manos del Estado el mayor número posible de empresas. Por lo que toca a los obreros, es ante todo indudable que deben seguir siendo obreros asalariados, pero al mismo tiempo los pequeños burgueses democráticos desean que aquéllos tengan salarios más altos y una existencia mejor asegurada; y confían en lograr esto facilitando por un lado trabajo a los obreros a través del Estado y por otro con medidas de beneficencia. En una palabra, confían en corromper a los obreros con limosnas más o menos veladas y quebrantar su fuerza revolucionaria con un mejoramiento temporal de su situación.
(…)
Pero estas reivindicaciones no pueden satisfacer en modo alguno al partido del proletariado. Mientras que los pequeños burgueses democráticos quieren poner fin a la revolución lo más rápidamente que se pueda, después de haber obtenido, a lo sumo, las reivindicaciones arriba mencionadas, nuestros intereses y nuestras tareas consisten en hacer la revolución permanente hasta que sea descartada la dominación de las clases más o menos poderosas, hasta que el proletariado conquiste el poder del Estado, hasta que la asociación de los proletarios se desarrolle, y no sólo en un país, sino en todos los países dominantes del mundo, en proporciones tales, que cese la competencia entre los proletarios de estos países, y hasta que por lo menos las fuerzas productivas decisivas estén concentradas en manos del proletariado. Para nosotros no se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva.4
En otra parte, Marx se muestra de forma igualmente combativa contra el proteccionismo, al que considera conservador:
Pero, en general, el sistema proteccionista es en nuestros días conservador, mientras que el sistema del libre cambio es destructor. Corroe las viejas nacionalidades y lleva al extremo el antagonismo entre la burguesía y el proletariado. En una palabra, el sistema de la libertad de comercio acelera la revolución social. Y sólo en este sentido revolucionario, yo voto, señores, a favor del libre cambio.5
Aclaro que yo no vengo a reprochar a cierta parte de la izquierda (conocidos como rojipardos) su viraje al estatismo, autoritarismo, regulacionismo o reformismo, de no ser verdaderos marxistas. Eso a mi como antimarxista no me corresponde, de hecho me alegra. Lo que viene a decir todo esto es que en este desvío de los autodenominados marxistas se encuentra, en lo más profundo, una decepción con el marxismo ortodoxo, que no consigue realmente calar entre las masas proletarias al prometerles una utopía en un futuro lejano. Su afinidad por las nacionalizaciones, los servicios estatales, el proteccionismo, el regulacionismo, tiene como fondo esta carencia del marxismo, pero sin abandonar nunca el materialismo y el determinismo económico que caracteriza al marxismo, así creen que existe una receta económica capaz de afrontarlo todo.
Bien, algunos de ellos han aceptado la importancia que tiene la autoridad y el Estado para mejorar la vida de los ciudadanos, pero esta es una admisión que pretenden negarnos a nosotros. ¿Es que hicieron ellos este descubrimiento? ¿No llevan los terribles reaccionarios advirtiendo del peligro de la democracia, de la perdida de la autoridad, del orden, durante tantos lustros antes de que el socialismo se pusiera a gatear? Como poco, podrían admitir que los reaccionarios tenían razón, y que no ya Marx sino todos los teóricos del socialismo que pretenden la desaparición del Estado se han equivocado. Pero aquí hay un problema, porque uno no puede simplemente pillar el marxismo y quitarle esta característica tan importante como si nada, como si fuera un puzle con piezas intercambiables como nos venga en gana. ¡Basta ya de este bochorno, parad de intentar casar lo imposible con Marx, vuestra preocupación por la unidad de España no tiene absolutamente nada que ver con la dialéctica! Cuando seáis capaces de admitirlo, y renunciar de una vez a la dialéctica, al materialismo, al determinismo económico, a la doctrina del progreso, a la lucha de clases, a la farsa de la igualdad y la libertad así como todo lo que estas aberraciones conllevan, entonces os daremos la bienvenida como hermanos fascistas.
Lo que identificamos hoy con la derecha en Europa (que no en América, país parido por el liberalismo, y en el liberalismo deberá morir) es liberal desde hace relativamente poco. La segunda guerra mundial y la guerra fría se encargaron de redefinir el esquema político, y Thatcher y Reagan se encargaron de clavar la estaca. A la izquierda, ciertamente, esto le ha venido muy bien, pero no a los trabajadores. Cuando la derecha era identificada como proteccionista, estatista y dispuesta a intervenir la economía, esto era terrible, nos decían, porque era en beneficio de la burguesía nacional en detrimento de los trabajadores (y si pretendías mejorar sus condiciones de vida, eras pequeñoburgués), y había que propugnar el libre comercio para “acelerar la revolución”.
Ahora que tienen lo que querían y tienen en la neoderecha liberal el perfecto saco de boxeo a todas sus frustraciones, nos quieren echar en cara que ellos han sido “proteccionistas e intervencionistas económicos de toda la vida”. Ciertamente, son muy inteligentes; ellos crean el problema, y ellos nos ofrecen la solución. No, nosotros no nos parecemos a vosotros en nada, sino que sois vosotros los que os parecéis a nosotros porque no sois tan de izquierdas como creéis que sois, pero en vuestra terquedad, a nuestro “os lo dijimos” os negáis a responder “nos lo dijisteis”.
Yo proclamo después de todo esto, ¿somos nosotros realmente los deshonestos? Como digo, no podemos realmente culparles por estas contradicciones constantes que deben afrontar. Incluso Marx, poco antes de morir, se dio cuenta de este problema y parece que empezó a abrirse hacia el reformismo. Se dirigió en una carta a Jules Guesde y Paul Lafargue (quien por cierto era su yerno), líderes del Partido Obrero Francés, que pretendían ser representantes de los principios marxistas por su carácter imposibilista. En esa carta, Marx les acusó de negar el valor de la lucha reformista, e hizo una observación que vivirá por los siglos: “lo cierto es que [si vosotros representáis al marxismo] yo no soy marxista.6”
Referencias
Georges Sorel, The Illusions of Progress, p. 184.
Georges Sorel, La décomposition du marxisme, p. 47.
Encíclica de Pío XI, Quadragesimo Anno.
Marx y Engels, Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas. Marzo de 1850.
Marx, Discurso sobre el libre comercio. Enero de 1848.
https://www.marxists.org/archive/marx/works/1880/05/parti-ouvrier.htm