Antes del acto hay que ser
Una reflexión sobre el LARP en la historia y la importancia que tiene hoy.
Este texto había sido ideado para ser una sección dentro de una entrada mucho más grande, pero dadas las circunstancias, he decidido que era apropiado ponerlo en una entrada separada.
Antes del acto hay que ser, o en otras palabras, el LARP –para quienes no lo sepan, “rol en vivo”, entendido como aquel que finge ser algo que no es— es bueno, más o menos. Con este tema quiero tratar otra cuestión al mismo tiempo, que es el anonimato en redes. Primero quiero aclarar que existen diferentes tipos de LARP, se pueden reducir a dos categorías: el que finge ser y quiere ser (bueno), el que finge ser y no quiere ser (malo). Las quejas más comunes que suelo oír son sobre aquellas personas que “larpean por encima de sus posibilidades (sic)”, pero estas quejas no hacen ninguna distinción entre las dos categorías que he mencionado anteriormente, sino que reducen el LARP a un todo homogéneo y generalizado intrínsicamente malo.
El primer tipo, el bueno, es quizá el arma más poderosa de la historia y me puedo atrever a decir que nadie nunca ha hecho nada importante digno de ser escrito en los libros sin ser un larpero. En todas las eras y en todos los rincones del mundo podemos encontrar el mismo deseo del hombre para superarse a sí mismo, es una de esas cosas que nos conectan con aquellos que fueron y con aquellos que serán. ¿Qué sería de nosotros sin todos esos larperos que nos han precedido? Patrias enteras están fundadas sobre LARP, el folclore de pueblos enteros está fundado sobre lo mismo.
Por dar un ejemplo, este es el caso de los propios Estados Unidos, que no podrían haber alcanzado la independencia sin sus padres fundadores, que larpeaban de romanos y escribían sus artículos y sus cartas los unos a los otros usando seudónimos, detrás de los cuales aún hoy ni estamos seguros de saber quién se escondía. Alexander Hamilton, James Madison y John Jay escribieron una serie de 85 artículos y ensayos conocidos como The Federalist Papers, y todos fueron firmados bajo el seudónimo de Publius, en honor a Publio Valerio Publícola, uno de los cuatro aristócratas romanos que derrocaron la monarquía y establecieron la República. Otros seudónimos usados durante los debates constitucionales americanos son, por ejemplo: Aristedes, Aristocrotis, Brutus, Caesar, Candidus, Cato, Centinel, Cincinnatus, Crito, Helvidius Priscus, Phocion, Senex, Timoleon y Tullius. El anonimato, en conjunción con el LARP, es una gran arma, y por eso nuestros enemigos desean que desaparezca.
La realidad se manifiesta como una lucha caótica. La historia es un gran mar de decadencia sólo interrumpido ocasionalmente por periodos excepcionales de grandeza. Esta grandeza ocurre sólo cuando, mediante heroicos actos de voluntad humana, el hombre ha forzado a la historia y la ha subyugado. Pero este gran hombre primero debe creer que es capaz de cambiarla, sin esa voluntad de poder, caerá en la apatía y en el olvido. En todos los aspectos y sentidos, este hombre es un larpero. No es, pero quiere ser, y eso es igual de importante que toda la simbología y mito que le rodean a él y a sus acciones. Si tú, lector, empezaste a hacer ejercicio para fortalecer tu cuerpo en base a tu pensamiento, ¿por qué lo hiciste? ¡Porque tienes la misma voluntad de poder, eres tanto mármol como escultor, eres un larpero! ¡Eres alguien que no era, pero quiso ser, y ahora es! El lector quizá pueda entender ahora estas palabras de Mussolini:
La fe mueve montañas porque da la ilusión de que las montañas se mueven. La ilusión es, quizá, la única realidad de la vida.
Esta siguiente cita de José Carlos Mariátegui es acertada pese a ser un marxista peruano, pero el sentimiento que describe aquí no podría ser menos marxista:
Pero el hombre, como la filosofía lo define, es un animal metafísico. No se vive fecundamente sin una concepción metafísica de la vida. El mito mueve al hombre en la historia. Sin un mito la existencia del hombre no tiene ningún sentido histórico. La historia la hacen los hombres poseídos e iluminados por una creencia superior, por una esperanza super-humana; los demás hombres son el coro anónimo del drama.
Cada uno de nosotros, en tanto que poseemos una capacidad de superación no ya nuestra contra nuestro entorno, que es poca cosa, sino de nuestro entorno contra nosotros, que es otra cosa, estamos preparados para influir y moldearlo, en el mundo físico el limite es la materia, pero el mundo de las ideas es ilimitado. Yo siempre tendré más respeto por el larpero que por aquellos individuos sosos que pretenden ganar una distinción superior por el hecho de apuntar a los larperos y calumniar contra ellos. Son los larperos los que mueven la historia, ¿qué han hecho ellos exactamente? ¿es que no son todos los revolucionarios, e incluso aquellos que no son revolucionarios, larperos? Georges Sorel, filósofo de la violencia y el mito, cuya aportación (para bien o para mal, a juicio personal de cada uno) al mundo no puede ni debe ser desestimada como poca cosa, es descrito así (y hay que admitir que tiene razón) por Isaiah Berlin:
Era casi todo lo que denunciaba con tanta vehemencia, un intelectual alienado, un pensador solitario, aislado de los hombres de acción, que no lograba relacionarse con los trabajadores y nunca llegó a ser miembro de ningún grupo cooperativo vigoroso de productores. Él, cuyo símbolo de la creación era la piedra tallada, el mármol cincelado, sólo producía palabras. Creía implícitamente en la vida familiar y durante veinticinco años no la tuvo. El apóstol de la acción se sentía a gusto sólo en las librerías, entre los proveedores de palabras, los conversadores apartados, como siempre lo había sido, de la vida de los obreros y artistas. Seguía siendo excéntrico, egocéntrico, un extraño de los extraños. Es una ironía que, uno puede estar seguro, difícilmente podía ignorar.
Pasemos ahora al segundo tipo de larpero, el que finge ser y no quiere ser. Está caracterizado por la falta de voluntad de poder mencionada anteriormente, se esconde detrás de unas ideas en las que no cree realmente porque no quiere cambiar nada sino que quiere encajar. Es extremadamente peligroso porque de la misma forma que fingen ser nuestros amigos, pueden fingir ser nuestros enemigos si le conviene en ese instante. El ejemplo más ilustrativo es aquel que dice ser católico pero sin serlo ni querer serlo, lo hace sólo porque quiere caer bien, tiene miedo de lo que otros puedan pensar, no de él, sino de sus ideas, de no encajar. Yo no tengo pudor en decir:
¡Viva el LARP!
¡Que la materia se adapte a la forma!
¡Fingir hasta conseguir!